A los internáutas...

Este es el Blog de un soñador que soñó ser un contador de historias. Algunas os gustarán y otras, puede que no, pero todas ellas son suyas, de su invención, a veces reales, otras no...Pero todas, siempre, de un modo u otro, buscan posar caricias en los corazones. allá donde se encuentren.

Nandín

sábado, 9 de enero de 2010

La única razón




"Como la leche..." pensó mientras se dejaba levantar del húmedo y sucio suelo...

Los recuerdos tienen como vida propia. Los hay buenos, malos, tristes, alegres...Solo que a la tan joven edad de cinco años, recordaba mucha miseria, mucha hambre y mucha muerte a su alrededor. Ahora, a los veinte, su primer recuerdo agradable comenzaba cuando aquellos brazos, tan blancos como la leche—le parecieron en un primer momento— le recogían junto al cadáver hinchado de su hermano más pequeño, único miembro de su familia, pues los padres habían desaparecido hacía ya tiempo de aquella chabola inmunda.

Aquel día fue el primero que marcó una época de tranquilidad y sobre todo, de poder tener un plato de comida todos los días y un refugio limpio para dormir. Aquellos brazos blancos pertenecían a un rostro también blanco, con el pelo castaño claro y unos ojos azules como el cielo. Aquellas personas que aunque se veían curtidas por el sol, para la inmensa negrura de su piel, el contraste le parecía enorme, fascinante. Aquellas miradas y atenciones de la "gente buena" —como él mismo pasó a denominarlos— contagiaban de paz y de cariño, y lo que era más importante, mucho más, le empezaban a dar un significado a su corta vida.


Aquellos recuerdos, aquella etapa de su vida le valían para enajenarse, para huir en su mente, mientras a su alrededor, sus compañeros rezaban "El Sordan" el libro sagrado de su religión y aquella triste letanía invadía sus recuerdos, nublándolos, adquiriendo el protagonismo de aquellos días cuando "La buena gente" se tubo que marchar y fueron llevados por los señores de la guerra a sus escuelas sordánicas donde les enseñaron que sólo existía un Dios que se llamaba "Ragbá" y que a éste le seguía en la tierra su profeta  "El iluminado".


El primer cinturón estaba colocado alrededor de su cuerpo y procedía ya a colocarse un segundo mientras los recuerdo seguían llamando a la puerta, a golpes de vara, como al principio en la escuela, para moldear su tozudez en la enseñanza, para no desviarse de la razón única, la única verdad, para formar buenos "creyentes", para servir ciegamente contra los enemigos de Ragbá, allá donde se encontraran, hasta en sus propios países si Él lo exigía. Así pasó los siete años después de haber cumplido los diez, cuando fue llevado ante sus maestros, entre rezos y armas. Chirrió su mente mientras el tercer cinturón se acoplaba a su pecho—ya solo queda vestirse— pensó...


"El pueblo que cuando es pequeño ha sido víctima, cuando crezca y sea fuerte será verdugo"


—El que sufre hará sufrir—se repitió alzando su cabeza en un intento de reprimir las lágrimas. Le llegó el recuerdo de "la prueba" fiel a la cita, como cada día desde el suceso...


—En tu prueba final—Deberás matar a quien te digamos y cuando lo digamos—Le había advertido su maestro y por arte de magia se vio ante aquel cuerpo tapado que estaba de rodillas en posición de sometimiento, con la cabeza tapada agachada, mientras su maestro le daba una cimitarra. No sabía qué había hecho aquel pobre diablo, que temblaba debajo de aquellas ropas. Era, simplemente, un "no creyente", un enemigo de la causa y merecía morir. Sin embargo, la sensación de que algo no iba bien se le clavó en el corazón como si fuera sangre helada, sangre en carámbano buscando morder. bajó las manos cargadas. La cimitarra bajó y aquel cuerpo se dividió...


Pasó el primer control sin ningún problema, con una sonrisa en la boca, mientras saludaba a los guardias de la entrada y se dirigió al servicio, donde aprovechó para ajustarse uno de los cinturones mejor, pues uno de los cartuchos de dinamita le estaba haciendo daño. Se lavó la cara, no para templar nervios o dudas, pues él lo tenía claro, si no para refrescare del calor que le hacía sudar demasiado y aunque estaba seguro que no iba a tener problemas, tampoco quería aparentar miedo o cualquier otra cosa que les hiciera sospechar. Tiró del rollo de papel para secarse y de repente, se vio tirando de los jirones de tela de la cabeza del cadáver, sin apartar la mirada de aquellos brazos que sobresalían cuando el cuerpo del ejecutado se derrumbó...

Y eran blancos...como la leche...como su cara de ojos azules y pelo castaño claro...


El porta rollos se quedó sin papel dando vueltas mientras él seguía tirando de un papel inexistente, con la mirada perdida, como si de aquel gesto, dependiera la vida...pero...¿Qué vida? ¿Qué vidas?


Respiró profundo y salió del baño hacia las escaleras— Ya queda poco— pensó mientras pasaba el control de la antesala.

— ¿Están dentro?—Preguntó al guardia armado— Si...Todos — oyó decir al guardia mientras se encaminaba hacia la sala de reuniones. Entró y los vio sentados unos y a otros de pie conversando, mientras su maestro le preguntó…

— ¿Qué haces aquí? Deberías estar ya en la embajada...—mientras lo rodeaban algunos líderes espirituales y mandos militares

— He venido a expresar mi razón, la verdadera y única razón...Y llorando, apretó el disparador.













3 comentarios:

  1. Sobrecogedor.
    Hipodrates dijo que todo podía ser veneno, la cuestión era la dosis y tanto las ideologías como las religiones pueden convertirse en letales si no se controla la dosis.
    Salud Don Fernando, me ha impresionado.

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  2. Impresionante Fernando!
    Los fanatismos se sustentan en la miseria y siempre conllevan en su esencia la muerte!
    Soberbio relato!

    Marion

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