Eran las siete de la mañana. Las luces de las farolas continuaban encendidas amparando con la poca que reflejaban a los primeros ciudadanos que empezaban la jornada laboral. Giró su coche y entró en una de aquellas calles estrechas, de un solo carril y con ambos lados ocupados por otros vehículos aparcados...Vio justo a la entrada un hueco para poder aparcar, el primero de la fila y pensó que había tenido suerte. Cerró el coche y cuando llevaba caminados unos veinte metros, oyó una voz que le hablaba desde las alturas...
-.Tu retrovisor, ahora mismo, es el que corre más peligro de todos cuantos hay, a lo largo de la calle.
Se sorprendió y de forma inmediata, se fijo que, efectivamente, todos los retrovisores del lado de la carretera de los demás vehículos estacionados, estaban plegados. El suyo era el primero y entraba en el radio de acción no sólo de otros coches, si no de furgones o algún otro furgón con más diámetro que al girar para entrar en la calle, se lo podía llevar con mucha facilidad. Descaminó sus pasos hasta el coche, plegó su retrovisor y cuando llegó a la altura donde había oído la voz, alzó su mirada a los cielos, todavía oscuros y exclamó:
¡Oh gracias Dios mío!
Pero "Dios" ya no le escuchaba...Se había asomado a su terraza para fumarse un cigarrillo mientras observaba la vida y estaba en aquel momento, calentándose un café en su cocina.