A los internáutas...

Este es el Blog de un soñador que soñó ser un contador de historias. Algunas os gustarán y otras, puede que no, pero todas ellas son suyas, de su invención, a veces reales, otras no...Pero todas, siempre, de un modo u otro, buscan posar caricias en los corazones. allá donde se encuentren.

Nandín

domingo, 31 de enero de 2010

Extrañanzas


Extraño, que en tu camino te has asomado aquí, ¿No te extraña nada en tu vida? Sería extraño...

Sería raro que yo no extrañara tantas cosas...

Extraño las miradas de mucha gente, la que nunca conocí, pero extraño mucho más, las de algunos ojos que me han mirado a lo largo de mi vida.

Extraño a los que aun no conozco y ya me quieren, queriéndome en la distancia, sin haber un minuto compartido.

Extraño...

Extraño los abrazos que no te dí, por vergüenza al rechazo equívoco, extrañado, entraño.
Extraño...

Todas las caricias de mis manos en tu pelo, en tu rostro, sobre tu piel, platónicamente apasionadas.
Extraño al joven, desde el hombre que me mira en el espejo, aun siendo los dos uno, y uno solo el requerido.

Extraño el espacio de las risas, de las voces, del calor, entre todo este vacío, tan lleno de la nada.

Extraño desde mis entrañas, visceral, impulsivo, como nunca hubiese sido.

Extraño la presencia de un amigo que se fue, como tantos otros, buscando sin querer, ese sitio indefinido.

Extraño...

Voces de antaño, que equilibran mis recuerdos, mientras mi balanza se inclina por esa carga de nostalgia entristecida, que susurra a mi alma, que ya no volverán, que todo lo han sido.

Extraño el espacio en mi lugar, como el viaje de la flecha, en segundos consumido.

Así me siento a momentos, a veces flecha y otras arco, que siendo los dos para uno, uno no vive sin sentir al otro.







sábado, 9 de enero de 2010

La única razón




"Como la leche..." pensó mientras se dejaba levantar del húmedo y sucio suelo...



Los recuerdos tienen como vida propia. Los hay buenos, malos, tristes, alegres...Solo que a la tan joven edad de cinco años, solo recordaba mucha miseria, mucha hambre y mucha muerte a su alrededor. Ahora, a los veinte, su primer recuerdo agradable comenzaba cuando aquellos brazos,tan blancos como la leche—le parecieron en un primer momento— le recogían junto al cadáver hinchado de su hermano más pequeño, único miembro de su familia, pues los padres habían desaparecido hacía ya tiempo de aquella chabola inmunda.



Aquel día fue el primero que marcó una época de tranquilidad y sobre todo, de poder tener un plato de comida todos los días y un refugio limpio para dormir. Aquellos brazos blancos pertenecían a un rostro también blanco,con el pelo castaño claro y unos ojos azules como el cielo. Aquellas personas que aunque se veían curtidas por el sol, para la inmensa negrura de su piel, el contraste le parecía enorme, fascinante. Aquellas miradas y atenciones de la "gente buena" —como él mismo pasó a denominarlos— contagiaban de paz y de cariño, y lo que era más importante, mucho más, le empezaban a dar un significado a su corta vida.



Aquellos recuerdos, aquella etapa de su vida le valían para enajenarse, para huir en su mente, mientras a su alrededor, sus compañeros rezaban "El Sordan" el libro sagrado de su religión y aquella triste letanía invadía sus recuerdos, nublándolos, adquiriendo el protagonismo de aquellos días cuando "La buena gente" se tubo que marchar y fueron llevados por los señores de la guerra a sus escuelas sordánicas donde les enseñaron que sólo existía un Dios que se llamaba "Ragbá" y que a éste le seguía en la tierra "El iluminado".



El primer cinturón estaba colocado alrededor de su cuerpo y procedía ya a colocarse un segundo mientras los recuerdo seguían llamando a la puerta, a golpes de vara, como al principio en la escuela, para moldear su tozudez en la enseñanza, para no desviarse de la razón única, la única verdad, para formar buenos "creyentes", para servir ciegamente contra los enemigos de Ragbá, donde se encontraran, hasta en sus propios países si Él lo exigía. Así pasó los siete años después de haber cumplido los diez, cuando fue llevado ante sus maestros, entre rezos y armas. Chirrió su mente mientras el tercer cinturón se acoplaba a su pecho—ya solo queda vestirse— pensó...



"El pueblo que cuando es pequeño ha sido víctima, cuando crezca y sea fuerte será verdugo"



—El que sufre hará sufrir—se repitió alzando su cabeza en un intento de reprimir las lágrimas. Le llegó el recuerdo de "la prueba" fiel a la cita, como cada día desde el suceso...



—En tu prueba final—Deberás matar ha quien te digamos y cuando lo digamos—Le había advertido su maestro y por arte de magia se vio ante aquel cuerpo tapado que estaba de rodillas en posición de sometimiento con la cabeza agachada mientras su maestro le daba una cimitarra. No sabía que había echo aquel pobre diablo que temblaba debajo de aquellas ropas. Era, simplemente, un "no creyente", un enemigo de la causa y merecía morir, sin embargo, la sensación de que algo no iba bien se le clavó en el corazón como si fuera sangre helada, sangre en carámbano buscando morder. bajó las manos cargadas y aquel cuerpo se dividió...




Pasó el primer control sin ningún problema, con una sonrisa en la boca, mientras saludaba a los guardias de la entrada y se dirigió al servicio, donde aprovechó para ajustarse uno de los cinturónes mejor pues uno de los cartuchos de dinamita le estaba haciendo daño. Se lavó la cara; no para templar nervios o dudas, pues él lo tenía claro, si no para rfrescarse del calor que le hacía sudar demasiado y aunque estaba seguro que no iba a tener problemas, tampoco quería aparentar miedo o cualquier otra cosa que les hiciera sospechar. tiró del rollo de papel para secarse y de repente se vió tirando de los jirones de tela de la cabeza del cadaver sin apartar la mirada de aquellos brazos que sobresalian cuando el cuerpo del ejecutado se derrumbó...


Y eran blancos...como la leche...como su cara de ojos azules y pelo castaño claro...




El portarrollos se quedó sin papel dando vueltas mientras él seguía tirando de un papel inexistente, con la mirada perdida, como si de aquel gesto, dependiera la vida...pero...¿Qué vida? ¿Qué vidas?




Respiró profundo y salió del baño hacia las escaleras— Ya queda poco— pensó mientras pasaba el control de la antesala.


— ¿Están dentro?—Preguntó al guardia armado— Si...Todos — oyó decir al guardia mientras s encaminaba hacia la sala de reuniones. Entró y los vió sentados unos y otros de pie conversando, mientras su maestro le preguntó


— ¿Qué haces aquí? Deberías estar ya en la embajada...—mientras lo rodeaban algunos líderes espirituales y mandos militares


— He venido a expresar mi razón, la verdadera y única razón...Y llorando, apretó el disparador.