Tiene esta tierrina una tradición muy antigua, un poco perdida en estos tiempos, que es, así como la jota aragonesa, o el propio flamenco andaluz, por poner dos ejemplos, una forma de contar historias cotidianas, de gente sencilla, de sus queaceres y de relaciones e historias amorosas, entre otros avatares de la vida, que se narraban cantando. Son canciones en su mayoría populares que se cantaban en "chigres" y sidrerías de toda la región y que incluso concursaban para ver quien lo hacía mejor. Tengo un pequeño libro recopilatorio con las letras de muchas de ellas; de las que recuerdo de cantar en las excursiones de montaña, al oírlas a nuestros mayores después de una jornada andariega y que aprendíamos para poder acompañarlos en sus entonaciones, los que, claro está, se nos permitía si lo hacíamos bien o, como se suele decir, teníamos "buen oído". Aquella costumbre, por desgracia, se fue perdiendo al prohibir cantar en aquellos bares por las quejas de los vecinos (ahora tienen que aguantar botellones y zonas de movida día sí y día también), y porque los jóvenes de hoy en día, les preocupa más el jugar con las consolitas que cantar, y por eso es raro ver grupos espontáneos de cantores en cualquier lugar. Me sorprendió gratamente ver uno en Benidorm este año pasado entre los bañistas que, de edades avanzadas y letras en mano, disfrutaban de la playa de Levante. Por las habaneras y alguna canción típica de aquí, descubrí mucho de culpa astur entre los que allí cantaban, influenciado también por la cantidad de paisanos que eligen aquella zona turística.
De entre las canciones y estilos típicos de Asturias, resalta "La Tonada" por ser canción difícil por sus complejas "florituras", dadas con la propia voz y con notas casi infinitas enlazadas, acompañadas casi en su totalidad, por las propias de la gaita astur, más chillona, más aguda que la de sonido más dulce gallega. De esta modalidad siguen existiendo concursos que todos los años en la época veraniega, se celebran en muchos ayuntamienos de la región, siendo el de Gijón, uno de los más célebres, donde se alternan cantantes veteranos y nuevas y jóvenes figuras, entre chicos y alguna chica, a los que nos emociona oir a aquellos que disfrutamos con este cante.
El más grande cantante de tonada asturiana fue José Gonzalez, más conocido como "El Presi".
Os dejo aquí un par de temas de él, como ejemplo de esta, tan querida por muchos de nosotros, "Toná Astur"
http://www.youtube.com/watch?v=fE58gye3UK0
http://www.youtube.com/watch?v=Rv8uAvV1vMo&feature=related
A los internáutas...
Este es el Blog de un soñador que soñó ser un contador de historias. Algunas os gustarán y otras, puede que no, pero todas ellas son suyas, de su invención, a veces reales, otras no...Pero todas, siempre, de un modo u otro, buscan posar caricias en los corazones. allá donde se encuentren.
Nandín
Nandín
lunes, 20 de abril de 2009
martes, 14 de abril de 2009
"La lección"
.-...Y ahora, leéis la lección hasta que la aprendáis.
Dicho esto, nuestro "amado profesor", cerró el libro y caminó despacito, serio, sin titubear hasta meterse en su cuarto, pequeño y cuadradito de director que tenía en la antesala, por no decir "ante-aula" donde nos hacinábamos hasta tres cursos diferentes.
Eran tiempos precarios para aquel colegio privado, dotado de tres profesores donde se abarcaba toda la E.G.B. Y que no empezaría a respirar, durante unos pocos años más, hasta que no le llegaron las subvenciones estatales. Terminaría por cerrar cuando su "vieja figura" y dueño putativo, se jubiló.
Estaba aquel colegio "Incrustado" en todo el primer piso de un edificio nuevo, "incrustado" a su vez en una serrería de madera que a su vez, se "incrustaba" en mitad de una calle, formando lo que muchos arquitectos urbanos llamaban "martillos" y que no eran otra cosa que, elementos de la propia arquitectura surrealista, no se tomaban en cuenta al trazar las nuevas calles de aquellas ciudades, que veían crecer los edificios alrededor de otros viejos que tomaban la mitad de su paso.
Dicho esto, nuestro "amado profesor", cerró el libro y caminó despacito, serio, sin titubear hasta meterse en su cuarto, pequeño y cuadradito de director que tenía en la antesala, por no decir "ante-aula" donde nos hacinábamos hasta tres cursos diferentes.
Eran tiempos precarios para aquel colegio privado, dotado de tres profesores donde se abarcaba toda la E.G.B. Y que no empezaría a respirar, durante unos pocos años más, hasta que no le llegaron las subvenciones estatales. Terminaría por cerrar cuando su "vieja figura" y dueño putativo, se jubiló.
Estaba aquel colegio "Incrustado" en todo el primer piso de un edificio nuevo, "incrustado" a su vez en una serrería de madera que a su vez, se "incrustaba" en mitad de una calle, formando lo que muchos arquitectos urbanos llamaban "martillos" y que no eran otra cosa que, elementos de la propia arquitectura surrealista, no se tomaban en cuenta al trazar las nuevas calles de aquellas ciudades, que veían crecer los edificios alrededor de otros viejos que tomaban la mitad de su paso.
No recuerdo de qué lección se trataba, pudiera ser algo relativo al cuerpo humano, aunque tampoco le doy importancia, lo que si sé, es que procedí a leerla enterita para aprenderla de memoria, pues era seguro que él iba a salir a preguntarla, tal y como hacía siempre, sin explicarnos gran cosa sobre lo que leíamos o simplemente, sobre algunas de las palabras allí expuestas. Tendría yo sobre los nueve años y pertenecía a los pocos niños que cursábamos el tercero en la misma aula que los de séptimo y octavo, que nos parecían muy grandes en cuanto a estatura y edad, y con los que apenas nos relacionábamos...
Los de tercero nos sentábamos al fondo del aula en pupitres de madera y de dos en dos, como en la canción de "Asfalto", "Días de escuela" donde , girando la cabeza hacia mi izquierda casi por completo podía ver a través de la puerta a D. Manuel, sentado en su cuarto cuadradito que a la vez era su despacho. Recuerdo el silencio de aquel aula, mientras todos leíamos nuestras respectivas lecciones. Después de leerla durante tres veces, levanté la vista mirando al fondo, al resto de los compañeros ensimismados, giré la cabeza por segunda vez hacia el profesor y le vi mirándome, tan serio como de costumbre y yo volví a ensimismarme en aquella lección donde todo me parecía igual y ya no sería capaz de comprender más, salvo en seguir intentando aprender "de carrerilla", aquellas palabras que sin un razonamiento, mi edad no admitía comprensión, previa o posterior, me daba igual, pero algo a lo que agarrarme para poder comprender...
Después de leerla otras dos veces, hastiado con tanta impotencia, empecé a girar la cabeza hacia mi izquierda en un intento vano de romper tanta monotonía. Cuando mi cuello apenas había sobrepasado los cuarenta y cinco grados, sentí la explosión...
El impacto llegó en toda mi parte izquierda abarcando también la oreja. Me encontré mirando al frente, tan al frente que podía ver hasta a mi compañero de la derecha. No hubo más, ni palabras ni obuses, gracias, solo un pitido en el oído que me duró el resto de la jornada y me clavo la mirada a aquella puta lección, con las manos en las orejas para evitar más giros de mi cabeza. Aquella lección, en ese momento me di cuenta, no hablaba de nada de lo allí escrito, había que buscar entre líneas, hablaba claramente de impotencia, de dolor y de indignación...
A aquellos sentimientos, años después, se les unió también la vergüenza ajena.
Los de tercero nos sentábamos al fondo del aula en pupitres de madera y de dos en dos, como en la canción de "Asfalto", "Días de escuela" donde , girando la cabeza hacia mi izquierda casi por completo podía ver a través de la puerta a D. Manuel, sentado en su cuarto cuadradito que a la vez era su despacho. Recuerdo el silencio de aquel aula, mientras todos leíamos nuestras respectivas lecciones. Después de leerla durante tres veces, levanté la vista mirando al fondo, al resto de los compañeros ensimismados, giré la cabeza por segunda vez hacia el profesor y le vi mirándome, tan serio como de costumbre y yo volví a ensimismarme en aquella lección donde todo me parecía igual y ya no sería capaz de comprender más, salvo en seguir intentando aprender "de carrerilla", aquellas palabras que sin un razonamiento, mi edad no admitía comprensión, previa o posterior, me daba igual, pero algo a lo que agarrarme para poder comprender...
Después de leerla otras dos veces, hastiado con tanta impotencia, empecé a girar la cabeza hacia mi izquierda en un intento vano de romper tanta monotonía. Cuando mi cuello apenas había sobrepasado los cuarenta y cinco grados, sentí la explosión...
El impacto llegó en toda mi parte izquierda abarcando también la oreja. Me encontré mirando al frente, tan al frente que podía ver hasta a mi compañero de la derecha. No hubo más, ni palabras ni obuses, gracias, solo un pitido en el oído que me duró el resto de la jornada y me clavo la mirada a aquella puta lección, con las manos en las orejas para evitar más giros de mi cabeza. Aquella lección, en ese momento me di cuenta, no hablaba de nada de lo allí escrito, había que buscar entre líneas, hablaba claramente de impotencia, de dolor y de indignación...
A aquellos sentimientos, años después, se les unió también la vergüenza ajena.
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